Autora: Marina Selene Rojo Pérez
La yaya Izarbe decía que las personas no terminan de irse nunca, que se quedan escondidas en los lugares que más quieren y nos siguen vigilando desde allí. Cuando la yaya Izarbe se escondió, yo la fui a buscar. Inspeccioné de arriba a abajo el escaparate de la Pastelería Fantoba donde pasaba horas y horas deleitándose con las frutas confitadas. Revisé cada centímetro de la Plaza de los Sitios en la que paseaba cada domingo. Interrogué más de cien veces al yayo Chorche para que me confesara que la tenía escondida entre las cintas del Pilar.
-Quizás no estás buscando en el sitio adecuado -dijo el yayo Chorche mientras me atusaba cariñosamente el pelo.
-¡Claro! El lugar que más quiere la yaya Izarbe es el pueblo -grité emocionada.
De camino a Oseja, le pedí a papá que pusiera jotas en el coche. La yaya Izarbe no podía resistirse a cantar, pero nada sucedió. De verdad estaba bien escondida. Durante el trayecto no quité los ojos de la carretera. Primero Brea, luego Illueca, Jarque y por fin llegamos a Oseja. Las calles olían a las tortas dulces que cocinaban las abuelas para la hora del café. Busqué en cada rincón y pregunté a cada osejano.
-¿Habéis visto a la yaya Izarbe? -preguntaba cada segundo.
Nadie contestaba. Seguro que la yaya les había sobornado con su famoso guirlache. Han pasado muchos años y todavía no he encontrado a la yaya Izarbe, pero sé que ella sigue escondida en alguna esquina, observándome curiosa y esperando a que la encuentre.